No es mi dentadura una postiza
A Rebeca.
En sus muslos caben uno a uno los dientes afilados de mi boca. Aquellos que a momentos, disponen de su fuerza para destazar por igual carne de cordero, pan con ajo y duraznos. Algo de esas comidas -que por demás han entrado en mí con mucho gusto- ha de quedar cuando me llega el turno de morderle la piel íntima a Rebeca. La piel que yo creo íntima. Es por eso que estoy convencida de que, a pesar que a ella nunca la lleve en mis viajes, regreso a su encuentro y la muerdo con tan fiera franqueza que sé que algo de lo que probé le sobrevive en su epidermis secreta incluso hasta meses después de haberle quitado los dientes de encima.
Conociéndome, hoy sé que si no he dejado de frecuentarle esos muslos es porque, más allá de lo bien que me hace sentir el saber que se dice de mí que poseo a una mujer que le dobla la belleza a cualquier diosa egipcia, me fascina hasta el punto de olvidar que eso es mentira (pues ella más que nadie se posee a sí misma), el hecho de poder probar en ella los restos de lo que me gusta comer más. Por eso yo ni le beso ni le muerdo ni le toco cuando algo que no me haya gustado me pasa por la boca. Y a esto sumo, el sabor emancipado del semen de cualquier hombre. Es así que yo le soy fiel. Porque en ella sólo conozco los sabores de lo que quiero siempre más.
En sus muslos caben uno a uno los dientes afilados de mi boca. Aquellos que a momentos, disponen de su fuerza para destazar por igual carne de cordero, pan con ajo y duraznos. Algo de esas comidas -que por demás han entrado en mí con mucho gusto- ha de quedar cuando me llega el turno de morderle la piel íntima a Rebeca. La piel que yo creo íntima. Es por eso que estoy convencida de que, a pesar que a ella nunca la lleve en mis viajes, regreso a su encuentro y la muerdo con tan fiera franqueza que sé que algo de lo que probé le sobrevive en su epidermis secreta incluso hasta meses después de haberle quitado los dientes de encima.
Conociéndome, hoy sé que si no he dejado de frecuentarle esos muslos es porque, más allá de lo bien que me hace sentir el saber que se dice de mí que poseo a una mujer que le dobla la belleza a cualquier diosa egipcia, me fascina hasta el punto de olvidar que eso es mentira (pues ella más que nadie se posee a sí misma), el hecho de poder probar en ella los restos de lo que me gusta comer más. Por eso yo ni le beso ni le muerdo ni le toco cuando algo que no me haya gustado me pasa por la boca. Y a esto sumo, el sabor emancipado del semen de cualquier hombre. Es así que yo le soy fiel. Porque en ella sólo conozco los sabores de lo que quiero siempre más.
1 Comments:
minerva... leerte me hace querer recordar a alguien pero no consigo hacerlo. Es que en tus letras veo un halo algodonoso donde la realidad flota y quiero ondear en esa ligereza.
Creo, de no estar muy segura, que minerva recuerda y su mente le añade ese elemento especial a cada pedacito de memoria. Tal vez rebeca no era como la describes, quizá era un ser aún más hermoso y admirable de lo que podían sostener tus memorias acolchadas y te dio miedo no poder con ella... qué pensará rebeca? cómo te vio en esa posición tan rara con la cabeza en la almohada y la espalda en el aire desde el otro lado de la cama?
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