Un cofre de piel
Sin aflojar la tierra, sin suponer lo que se sentirá del golpe al caer. Sin vestirse, sin cambiar la mueca última. Sin negociar con el barullo para evitar que, como siempre, distraiga. Sin titubear, sin colgarse de esperas disfrazándolas de acciones impostergables. Sin desesperar el tacto. Viéndolo todo, incluso lo que me fue dicho que, después de ti, sería imposible ver.
Ella se sabe morir, Rebeca.
Lo hace todo el tiempo, y su quejido es algo similar a lo que debe sonar el momento en que alguien ensordece.
Ella se muere todo el tiempo, y yo estoy aprendiendo a morir.
Ella se sabe morir, Rebeca.
Lo hace todo el tiempo, y su quejido es algo similar a lo que debe sonar el momento en que alguien ensordece.
Ella se muere todo el tiempo, y yo estoy aprendiendo a morir.
2 Comments:
Así mueren las memorias, incluso de lo que más se ama. Después de tiempo, más pronto que tarde, todo semeja un sueño, donde basta abrir los ojos demasiado rápido para perderlo. Queda sólo la certeza de pérdida y latencia... acto seguido, no quedan muchas opciones.
No se tú Minerva pero al menos en mi caso, casi siempre elijo reconstruir el sueño.
Hola,leí tu comentario. Aliaga me parece que viene pronto a México, trataré de investigarte. Si te interesan los estudios de género seguramente conocerás el trabajo de Beatriz Preciado, la trajeron hace poco a dar una conferencia magistral en el Claustro de Sor Juana, supongo que se puede consultar el video. Si te interesa luego te paso algunos materiales o links que pueden interesarte. Si vienes al DF, vemos si logramos encontrarnos, te parece? Saludos.
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