Rebeca:
Hace más de cinco años, un hombre me habló de Quintero cuando bajamos al lobby de algún hotel, tras terminar nuestros intentos de intimar, con una plática acerca de lugares que cambian la existencia de los que necesitan algo que no puede ser nombrado.
No sé si fue el recuerdo de su torso bronceado (al que, por cierto, no me acerqué demasiado) o el hastío que a mí me llega de no estar aferrada a nadie, pero anoche he llegado a este pequeño punto de tierra que se aferra a seguir dormido en las costas chilenas, llamado Quintero; aquél hombre me dijo que aquí podía encontrar un buen amor, si no en alguna persona mínimo en sus paisajes. No cabe duda que la vida tiene sus olas y que muchas no entiendo porqué llegan, como hoy que después de tanta ausencia empecé a escribir dirigiéndome a ti, desde la orilla de un montón de arena que recibe el nombre de playa Los Enamorados.
Quisiera traerte aquí, y verte nadar donde la tierra se hace constantemente el amor con el agua, que cambia de tono como cambia cualquiera que se pueda decir enamorado al contacto con la piel de quien anhela. Pero para eso tendría que pasar por alto todo el dolor que generé en tu vida, y aunque en eso de ignorar pueda parecerte experta, sé que me sufriste tanto como sólo a lo que más cerca del corazón se lleva. Y hoy puedo decirte que no me he enamorado de nadie más, y que quien ha tenido mis abrazos seguramente ha ignorado la falta de convicción con que los he dado. Ya sabes cómo aprendí a fingir, aunque demasiado tarde. Yo estoy cantando nanas de tu nombre, todavía.
P.D. A que no adivinas la frase con la que se conoce esta comunidad: "Quintero, pueblo de romance y aventuras infinitas. Te llevo en mi alma y no se me olvida..." Yo ahí te llevo también, Rebeca.
-M. Strozzy, Quintero, Chile